Mendoza sumerge a su detective en la corrupción
El escritor publica ‘El secreto de la modelo extraviada’
Explica Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) que muchas de las cosas que pone en boca de sus personajes en El secreto de la modelo extraviada (Seix Barral), la quinta entrega de la serie de novelas protagonizadas por su detective —sin nombre, porque así lo prefiere—, que inició en 1978 con El misterio de la cripta embrujada, se le ocurren caminando por la ciudad: “Por ejemplo, cuando paseo por La Rambla o el Paseo de Gràcia y me doy cuenta de que soy el único que no es extranjero”. Tal vez después de una de esas experiencias, el escritor decidió que uno de los personajes en la nueva obra opine que “Barcelona es capital del baratillo y de la idiocia”.
Gamberro por dentro
El detective que pasea por estas novelas de Eduardo Mendoza, incluida la última, está un poco loco. “Como yo”, ríe el escritor. “Todas tienen retazos de mi vida o de mi manera de pensar”, prosigue. “Es como un gran fondo de armario del que van saliendo cosas para dar vida a los personajes. Y si algunos parecen estar un poco locos, es que yo soy así. Aunque parezca y vista como una persona seria y correcta, soy gamberro. Algunos llevan los tatuajes por fuera como señal de rebeldía; yo los llevo por dentro. Soy gamberro por dentro”.
Unas idas y venidas de un detective desastroso que intenta averiguar lo ocurrido en el aparente asesinato de una modelo en el que tiene mucho que ver una trama de corrupción que bautiza como la sociedad secreta APALF, cuyos miembros conspiran desde el poder político y económico en la etapa tardofranquista para controlar el desarrollo de Barcelona. Y con una segunda etapa que entronca con los tiempos actuales, con algunos de aquellos corruptos en prisión o encausados: “No hay una segunda intención ni un sobreentendido; es una realidad como cualquier otra. Barcelona tiene turistas, hace calor, y también tenemos corrupción”. Corruptos, añade el escritor, que salen de la burguesía catalana, “que es la que siempre está ahí y hace bailar a todos la música que quieren”. “Yo no sé si tenemos los políticos que nos merecemos, pero sí tenemos los delincuentes que nos merecemos. Por cierto, unos estafadores de poca monta que no hacen ingeniería financiera, sino más bien lampistería financiera”, bromea Mendoza, quien quita hierro al momento actual: “La corrupción ya estaba y ahora se están tomando las medidas correctivas. Y yo no creo que eso sea malo, porque a los malos se les tiene que castigar”.
El novelista, que ha tenido en la capital catalana materia prima para su extensa obra, empareja en El secreto... la trama policíaca que rodea la desaparición de una modelo y su reaparición en un periodo de tiempo que va de la época preolímpica (inicios de los ochenta) a la actualidad. Un flashback que usa para describir los cambios sociales y, en cierto modo, urbanos con su ironía y golpes de humor característicos. ¿Alguien se imagina a Jesucristo en bici con la inscripción INRI en una placa o a políticos corruptos que celebran una reunión conspirativa tapándose los rostros con una careta de Pina Bausch?
No faltan cierta dosis de melancolía, ni situaciones estrambóticas y disparatadas que protagonizan personajes a los que bautiza con nombres absurdos, como “la señorita Westinghouse” que en la novela primero es travesti, luego coronel de la Guardia Civil y en su etapa final locutor del programa de radio de la ultraderecha La Enseña.
Un socarrón Mendoza, autor de novelas como La verdad sobre el caso Savolta —que Seix Barral ha reeditado ahora con el título Los soldados de Cataluña que la censura no dejó pasar en 1973— o La ciudad de los prodigios, no se imagina a su detective resolviendo un enigma en una futura Cataluña independiente: “No me puedo imaginar nada, porque los novelistas vamos siempre detrás de la realidad”.
El libro fue presentado ayer en La Pedrera, uno de los edificios de Gaudí al que peregrinan miles de turistas en Barcelona y que en la novela se presenta como un lugar seguro para hablar “porque no hay nadie”. “No falto a la verdad, porque hace 40 años este edificio estaba abandonado; hasta tenía un bingo y un bar de mala muerte. Cuesta creer que aquello se haya convertido en un destino turístico de primer orden de todo el mundo”, apunta.
Dice el escritor que, aunque se pueda desprender cierta nostalgia en algunos de sus personajes en esta última obra, él no se siente, en cambio, nada nostálgico: “Yo no soy de aquellos que dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sencillamente, las cosas cambian. Y pese a la máscara tan amable de esta ciudad en el Paseo de Gràcia y de las zonas que visitan los turistas, hay otras caras mucho más conflictivas en los barrios. Y sí, confieso que me irrita el tópico publicitario de Barcelona, ciudad de fiestas y congresos. En eso coincido con mis personajes en que es la imagen de la ciudad de baratillo”.
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