Sin noticias de Las Sinsombrero
Publicado por Jenn Díaz
En caso de llevar sombrero, llevaría un globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto, y así cuando me encontrara con alguien conocido, le quitaría el globo al sombrero para saludar. (Maruja Mallo)
Llevar sombrero los distinguía —los hacía de mejor clase social, más elegantes, respetables—. Así que cuando les dio a Federico García Lorca, Margarita Manso, Salvador Dalí y Maruja Mallo por salir sin el suyo, les gritaron de todo. ¡Maricones! Eran el tercer sexo, sin identificar. Había que apedrearlos. Les habría ido mucho mejor si hubieran llevado, atadito a la muñeca, un globo para saludar a los conocidos. Pero esta no es más que una excusa, una anécdota, para hablar de las mujeres de la Generación del 27 que quedaron extraviadas en la historia de los grandes nombres: por exiliadas y por mujeres. Con el documental Las Sinsombrero se intenta hacer justicia a todas ellas, reivindicarlas, haciendo un breve repaso por la vida y las obras de ocho mujeres que estuvieron a la altura de las circunstancias, pero no del paso subjetivo, masculinizado del tiempo.
La voz de Concha Méndez sirve de hilo. Lo que en principio tendrían que ser unas memorias se acaba convirtiendo en un relatario de anécdotas. Quizá en ninguna otra época como la que les tocó vivir —república, guerra, dictadura— se puede entender la vida de una intelectual sin referirse a los de su generación. Méndez se extraña de su propio relato, de cómo está construyendo su biografía. «Estamos haciendo una cosa muy distinta de lo que se hace en las memorias», dice. Pero cuenta que si no relata anécdotas y cuenta historias, le parece que le sale bigote. Se ríen quienes le graban; se ríe ella también. «Qué barbaridad». Aunque es cosa seria. Quizá de esa broma se entienden actitudes sociales de lo que fueron las mujeres desde que ellas fueron omitidas en la historia. La mujer se comprende a partir de las anécdotas; si no lo hace, le parece que está siendo demasiado seria… y se quita el sombrero, pero le sale bigote.
Concha Méndez, escritora (1898-1986)
Un amigo del padre de Concha Méndez va a visitar a la familia y pregunta a los niños —no a las niñas— qué quieren ser de mayores. Concha se adelanta y dice que quiere ser capitán de barco, pero le contestan que las niñas no son nada. Las niñas no son nada. Que las niñas no podían ser nada no hizo mella en el crecimiento de una mujer como Concha. Su primer novio fue Luis Buñuel y tuvo por amiga a Maruja Mallo, a los que conoce veraneando en San Sebastián y que influirán en ella de manera determinante.
Las mujeres de la época debían ser autodidactas, aprender leyendo. Aunque Concha, por su condición burguesa, estudió en un colegio francés, lo que la sociedad le requeriría como poeta formada era muy sencillo: nada. Pero nada, insisto, la frenó. Absolutamente desubicada en el núcleo social y familiar, se marchó a Londres, Montevideo y Buenos Aires. Es en Argentina donde Concha encuentra el buen nicho cultural que necesita, donde empieza a publicar un poema a la semana en el diario La Nación. Es también en Argentina donde publica un libro con ilustraciones de Nora Borges. Sí, la hermana de Jorge Luis.
Al volver a España, y gracias a que Lorca le presenta a Manuel Altolaguirre, aprende imprenta y crean La Verónica, donde editarán la revista Héroe, de gran importancia cultural. Como siempre ocurre en las poetas del 27, hay una gran necesidad por compararlas —ya que no se las conoce y a ellos sí— con los varones. Concha, pues, recibe influencia de Rafael Alberti, en la primera época, y de Antonio Machado más tarde.
Marga Gil Roësset, escultora y poeta (1908-1932)
Vestidas muy distintas al resto de niñas, Marga y su hermana iban siempre con unas capas y unas caperuzas que las diferenciaban de las demás. Pero no solamente la vestimenta la distinguía: a los siete años ya era una pequeña genio y una gran lectora. Ilustraba los cuentos que publicaban sus hermanas y otros familiares. Marga era autodidacta en la escultura, atreviéndose con el granito, disciplina difícil que los escultores no acostumbran a tratar al inicio de su carrera. Pero Gil Roësset tenía prisa: antes de cumplir los veinticinco años se suicidó.
Nadie espera que una mujer joven haga lo que ella hizo. Lo tenía todo para que desconfiaran de su trabajo: sexo femenino y corta edad. Pero tenía un talento, decían, viril. Como le ocurría a Alfonsina Storni, para que una mujer pudiera ser tenida en cuenta necesitaba un adjetivo que aludiera al hombre. Marga se sirve de la sensualidad y la fealdad, de la expresividad, las emociones.
Al conocer a Juan Ramón Jiménez se enamoró de él. Al momento, decidió hacer un busto de Zenobia Camprubí, la esposa del poeta. Lo que queda en el aire es el motivo de su suicidio. Por una parte, aseguran que la imposibilidad de aquel amor —puesto que era un hombre casado— hizo que se disparara en la cabeza. Por otra, versión que se defiende en Las Sinsombrero, que la imposibilidad de tener una vida artística consciente y plena la motivó a quitarse la vida. En cualquier caso, antes de dispararse, destruyó gran parte de su obra. «Parece que tendré que morirme triste», dejó escrito en su diario.
Josefina de la Torre, actriz y poeta (1907-2002)
Gerardo Diego incluyó a Josefina en una de sus antologías. En la que hizo en 1932 no había ninguna mujer. En la de 1934, Josefina de la Torre y Enriqueta Champourcín. Tal como ha ido la historia, parece relevante que los poetas hombres de su generación la tuvieran en cuenta. Pero no solo era una excelente poeta, sino que Josefina era tan polifacética que también destacó como cantante y actriz. Si Alberti era la voz andaluza de las letras, se dice en el documental, Josefina era la voz insular.
En su familia había novelistas, músicos y hombres de negocios, así que no es difícil comprender ese lado polifacético que hizo de Josefina de la Torre una mujer con múltiples caras y disciplinas. Su primer poemario tenía prólogo de Pedro Salinas. La muchacha-isla, cuando acaba la guerra civil y empieza el exilio de muchos de sus compañeros, escribe el poema «Mis amigos de entonces». En él reconoce cómo los poetas varones de su generación, la que pasó a la historia prescindiendo de los nombres femeninos, la ayudaron a sentirse una más. Luis, Jorge, Rafael, Manuel, Gustavo, Enrique, Pedro, Juan, Emilio, Federico. Todos ellos ayudaron a la blandura del que fue su nido. «Amigos que de mí hicisteis nombre». El final del poema da buena cuenta de cómo una mujer que pudo formar parte de una edad de oro ve pasar de largo su oportunidad. Dice: «ignoro en qué ciudad / y si llegará el día / en que vuelva a sentirme descubierta». Así es: la mujer necesitaba ser descubierta por el hombre para que se la tuviera en cuenta. Exiliados o muertos aquellos que la descubrieron, ¿cuándo volverán a hacer de ella, nombre?
Maruja Mallo, pintora (1905-1995)
Gracias a que la familia Mallo se traslada a Madrid, Maruja entra a estudiar a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y se relaciona con Dalí, Lorca, Concha Méndez, María Zambrano, Margarita Manso. El documental empieza con ella contando cómo los insultaron en la plaza del Sol al quitarse el sombrero.
Maruja Mallo, que de las olvidadas es, quizá, de las menos olvidadas —junto a María Zambrano—, podría haber cobrado la importancia de Frida Kahlo, pero la historia de las mujeres de su generación y su nacionalidad la mantienen al margen. En sus cuadros aparece la mezcla que convivía en el Madrid de entonces: lo pueblerino y lo intelectual. El extrarradio, las ferias, el movimiento, las manifestaciones, la libertad. Hay color en ella y en su obra, un universo más que particular. Las mujeres que se atrevían, como ella, a dedicarse al arte, no exponían en sus obras lo que Maruja Mallo sí proyectaba. La discreción era un valor para ellas, pero Mallo era todo lo contrario a la discreción. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en la actualidad con Frida Kahlo, Maruja Mallo no es mencionada por sus compañeros. Cuando vuelve de Argentina, su exilio, nadie la reivindica como autora nacional. Al otro lado del charco había tenido un gran éxito, pero en España es una olvidada más.
La República propiciaba una sociedad más libre y democrática, apta para la revolución social y doméstica de la mujer, pero la gran oportunidad de todas ellas desapareció con la guerra y el exilio. Por suerte, algunos de sus compañeros más ilustres, como Lorca o Alberti, le dedicaron unas palabras que sí reconocen su talento. «Ascensión de Maruja Mallo al subsuelo», de Alberti, es un ejemplo.
TÚ,
tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas. Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.
Despiértame.
Ernestina de Champourcín, poeta (1905-1999)
Ernestina era moderna. Hablaba en sus poemas de jazz, baile, velocidad. Incluso al imaginar su posible suicidio —como Marga Gil— cree que lo haría saltando de un coche en marcha. Igual que Concha Méndez, viene de una familia burguesa, lo que la convierte en la distinta. Por eso Ernestina vive diversos exilios. El primero, el familiar. Para una familia aristocrática como la suya una hija republicana es una desgracia. Así es como se produce el desapego natural con los Champourcín. No será el único, porque al morir su marido y quedar viuda, tendrá un nuevo exilio —este como crisis anímica, espiritual. El último retiro, en el que permaneció, fue el de la fe. Ernestina escribió como religiosa y consideró sus poemas como una comunicación directa con Dios. Así, quedó exiliada dentro de los exiliados, creyendo que la libertad no podía entenderse como paredes a su alrededor. La página no podía ser pared, no podía vivir tan aislada. Discípula voluntaria de Juan Ramón Jiménez, fue incluida en la antología de Gerardo Diego en 1934. La exiliada de exiliadas, «resucitó hacia dentro y fue distinta y la misma».
Entre Ernestina y Chacel se oye la voz de Concha Méndez hablando sobre dichas antologías, de las que quedaban excluidas las mujeres. «Oye, mira, tú nos excluirás, pero yo debajo de la falda… llevo un pantalón».
Rosa Chacel, escritora (1898-1994)
«Me levanto si quiero, y si no quiero no me levanto». Ana Rodríguez Fischer se pregunta qué es lo que convierte una generación en generación: ¿cómo se valora la nómina de una generación, a partir de lo que un historiador dijo, escribió o sentó? Si fuera así, las sinsombrero no cabrían en la historia de dicho historiador —algo olvidadizo. Si nos atenemos a lo que dicha generación produjo, Rosa Chacel sería una indiscutible de la del 27.
En Memorias de Leticia Valle Rosa Chacel es una escritora atrevida, valiente. Una novela poco adecuada para la España de entonces, y por eso fue acogida en Buenos Aires. El exilio permitió que muchas autoras de la época pudieran desarrollarse gracias al olvido de su propia patria, donde no habrían podido disfrutar de la misma libertad. Relaciones extramatrimoniales, incluso relaciones peligrosas como las de Lolita, habrían recibido no más que críticas, cortando la fluidez de una carrera literaria poco valorada en la actualidad. Fischer, gran conocedora de Chacel, nos presenta a la escritora como una mujer desvinculada de la línea lacrimógena. Hay una derrota en su vida, la fallida República, la única oportunidad que tenían para avanzar como sociedad y como mujeres, pero Chacel no es dada a recrearse en la desgracia —una actitud poco femenina entonces. No dio paso jamás a la nostalgia de su tierra, porque la España victoriosa que había dejado a su espalda no era la España que ella quería: ¿por qué añorarla?
María Teresa León, escritora (1903-1988)
El reto de María Teresa de León no era tanto como escritora, sino como partícipe del movimiento político del momento que vivió. Fue una mujer comprometida con su obra pero también con su condición de ciudadana, aunque la sociedad no se la requiriera. Secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas, también se encargó de un segundo encuentro: Intelectuales en Defensa de la Cultura. Su mirada era una mirada política y poética, y además era la mirada de una mujer: lo tenía todo para ser olvidada. No le bastaba con luchar desde la cultura, sino que además debía defenderla de los bárbaros. Por desgracia, pasará a la historia únicamente como la mujer de Rafael Alberti.
Como tantos otros, María Teresa León tuvo que exiliarse. En Memoria de la melancolía escribió:
Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos? […] ¿No comprendéis? Nosotros somos aquellos que miraron sus pensamientos uno por uno durante treinta años. Durante treinta años suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso de calles desiertas, de muertos sin enterrar. Un paraíso de muros destruidos, de torres caídas y campos devastados […] Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados de España […] Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos.
María Zambrano, filósofa (1904-1991)
Dicen que no hay mejor discípulo de Ortega y Gasset que María Zambrano, aunque, como dice Rodríguez Fischer, la filósofa fuera una pipiola. Para Zambrano la realidad no se da únicamente en ideas, sino que antes se da en un sentir. Bajo esa premisa, su filosofía es la filosofía de la intuición, del vitalismo. La filosofía era para ella un modo de vida. Antes de hablar de la historia social, hay que referirse a la historia personal, individual. Esta visión la aleja, como muy acertadamente apuntan en Las Sinsombrero, del filósofo estricto y serio. La acerca, pues, a la poeta y a la escritora.
María Zambrano, al contrario que la mayoría de intelectuales de la época, estaba exiliada antes de la Guerra Civil Española y vuelve al finalizarse —considera que el país la necesita. Ciertamente, después de una guerra, la cultura, como bien defendía María Teresa León, es un arma. Su razón poética es lo que necesita un país que acaba de sucumbir a una dictadura —es lo que todavía hoy necesitan las sociedades. Lo que Zambrano desea es utilizar la filosofía y la poesía para conseguir la libertad individual, la construcción personal.
Todos estaban apenados por la realidad que les había dejado tras de sí la guerra. María Teresa se lamentaba: «Pobre Federico, no puede estar con nosotros, no puede aparecer con su chistera, tan divertida… quitársela, y que vuele una paloma». Pero la poética de Zambrano es lo que persigue, es lo que propone a ese pueblo que se ha quedado sin tantos federicos: a través de la filosofía, preguntar; a través de la poesía, hallar.
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