domingo, 24 de abril de 2016

POESÍA. "Casa en el árbol", de Eduardo García (1965-2016)



Casa en el árbol

En la copa de un árbol construiré nuestra casa,
con tablones y clavos e ilusión y un martillo
alzaré entre las ramas suelos, techos, paredes,
cuartos en espiral, secretos pasadizos
donde obra el azar el don de los encuentros
y de pronto amanece si me miras al fondo
por donde el viento corre a refugiarse,
madera en la madera, crujen las estaciones,
pasan a visitarnos los amigos,
huele a café, huele al árbol en que nos acogemos,
al rumor de las hojas, a la tierra
donde brota su impulso, su sed de los espacios,
se siente allí el verdor de las promesas,
casa y árbol fundidos, una sola criatura,
se es feliz de algún modo impreciso y vital,
con los años al árbol le van creciendo ramas,
gana cuerpo, se inclina hacia las nubes
y de pronto la casa ha ascendido unos metros
y hasta el aire es más puro, más ancho el horizonte,
las estrellas fugaces proliferan, ahora
vigila la espesura, hay luz en la ventana,
a cubierto de todo, suspendida,
luz de hogar en la noche, resplandor,
y una escala de cuerda entre las ramas,
si subes por la escala no hay retorno,
en la cima del viento hallarás nuestra casa.

NOTICIAS LITERARIAS. Sobre el poeta Eduardo García, "in memoriam"

Un hombre mira el mundo en sus poemas

La muerte, el pasado martes en Córdoba, de Eduardo García priva a la poesía española de una de sus voces más auténticas, la de un autor que lograba la identificación del lector con una obra honda y rigurosa
BRAULIO ORTIZ | ACTUALIZADO 24.04.2016 - 05:00
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El poeta Eduardo García, en una imagen de archivo1 voto
"Reivindico para la poesía, para el hombre y la mujer contemporáneos, los resortes emocionales del misterio", escribía Eduardo García (São Paulo, 1965 - Córdoba, 2016) en su ensayo Una poética del límite, editado por Pre-Textos hace ya una década. "A medida que dependemos -anotaba en ese trabajo- cada vez más de la tecnología y su mentalidad pragmática, que entroniza el dinero como máximo valor; según la oferta de la industria cultural se hace cada vez más superficial y niveladora a la baja; cuanto más parecen imponerse el individualismo y la incomunicación... más necesaria se revela la poesía. Necesitamos devolver la magia a nuestras vidas, de donde nunca debió haber sido expulsada". A esos propósitos, indagar en el misterio, devolver la magia, entablar comunicación con nuestro yo más íntimo y rastrear en lo que no sabemos -no escuchamos- de nosotros, consagró García una producción literaria extrañamente reveladora. "Vengo a hablar del insomne que enumera los sueños que no ven la luz del día, / de ese duende que brota de no sé sabe dónde, con destino a lo más insospechado", apuntó en Duermevela, el libro por el que se hizo con el Premio Ciudad de Melilla en 2014. Unos poemas antes, en ese mismo volumen, el poeta declaraba: "No hay reserva que valga, es preciso escribir con las manos / tendidas al vacío, como el ciego se interna en la espesura, / convocar a las sirenas y a los equilibristas, / desterrar a geómetras, jerarcas y contables". 

El autor registra el pulso de su tiempo, pero lo hace desde la luz de la inventiva, en esa adscripción al realismo visionario que defendía. "En la frontera entre realidad e imaginación, pensamiento consciente e inconsciente, brota el poema. Un espacio mítico, psicológico, donde habita una verdad", argumentaba. García se adentraba en la espesura del alma, en propuestas que no eludían el registro coloquial pero a menudo estaban cargadas de simbolismo, aunque su voz nunca resultara opaca o hermética, del mismo modo que su afán de trascendencia y su ambición formal -un estilo que su artífice sometía a una constante renovación- sabían sortear lo solemne. Bendecido por una inusual humanidad, el verso del poeta acababa siendo cristalino, esclarecedor. En Un hombre mira a otro en la ventana, el fragmento con el que arranca su libro No se trata de un juego, el creador describe el proceso de reconocimiento entre dos personajes, tal vez el poeta desdoblado, tal vez el poeta y el lector: "Un hombre mira a otro en la ventana. / Escribe unas palabras. No sospecha /-más allá de la sangre y los caballos / y el viento y la mujer y aquel latido- / que los trazos que araña en el papel / son los versos que el otro lee ahora". Esa escena representa en cierto modo la poética de Eduardo García: su obra siempre acaba llegando al otro, transmitiendo. Quien se acerca a sus páginas se siente reflejado y conmovido en ese corazón que encierra su penumbra -"a pleno sol camino, como todos: / acarreo mi propia oscuridad"-, en el individuo que se sabe un extraño y teme "este allanamiento indumentario, este ocupar las huellas de un desconocido", en ese amante que discierne en su pasión un tránsito a la sabiduría: "Conocí el huracán, la madreselva. / Conocí el ancho cielo interminable. / Conocí las espadas y el enigma, / la boca del dolor, la del deseo, / la súplica que anuncian los labios no besados, / qué tibio el corazón cuando se precipita. / Cuantas mujeres hay en este mundo / las conocí por ti. En ti dormían". La identidad, el amor, la existencia: en el legado que deja Eduardo García centellea, ante todo, el fuego de lo humano. 

La vida nueva, el poemario que le valió el Premio Nacional de la Crítica en 2009, pone de manifiesto esa capacidad de este cordobés de origen brasileño para propiciar el encuentro con sus lectores: uno termina sus páginas con la certeza de haber acompañado a un hombre en un viaje. Una travesía al interior, emocionante, serena. Un individuo al que contemplamos, al inicio, en la vulnerabilidad más absoluta, poseído por el hastío y el descontento. "Se ha instalado en mi vida la carcoma (...) Es una masa / turbulenta de herrumbre y asco y grasa / manchándome los pasos (...) Ha vencido por fin, no acepta tratos. / Quiere mi corazón en su salmuera". Pero el periplo que aguarda es el de un alumbramiento, un renacimiento. Como un jardinero que aparta las malas hierbas, García invoca en su libro a la fertilidad. "Absorto en el oficio de ser hombre / también yo ahueco tierra pecho adentro, / arranco las raíces, podo la vieja rama, / arrojo al fuego el miedo y la costumbre: / voy talando la muerte en mi camino / para aguardar el don, las aguas de la vida, / para que el tiempo siga cantando su canción". 


Ese hombre nuevo en el que ha prendido la esperanza se entrega a la utopía: será del mundo, de todo lo que nace. "Prometo abandonarme a las mareas, / incorporarme al caos, ser yo en la multitud, / y desde allí asomado prometo contemplar / tantas cosas que crecen y germinan". Una voluntad que se reafirmará en poemas sucesivos: "Para ser el hervor la levadura / y no el cemento gris que repta por los muros / pan crujiente en el horno del sol del mediodía fruta madura vértigo / y nunca más sedientos de imposible" será necesario "soñar despiertos siempre, / para no renunciar al entusiasmo, / y que el hombre no olvide su vocación de nube".

martes, 12 de abril de 2016

NOTICIAS LITERARIAS. Guerra civil española. Sobre la novela "Celia en la revolución", de Elena Fortún

Celia cuenta la verdad de la guerra

La popular niña creada por Elena Fortún relató la crueldad de la contienda civil española sin atender a ideologías. La estremecedora novela se reedita ahora, 30 años después

Rocío García   11 abril 2016
Puesto de reparto de juguetes para los niños en el Madrid republicano el día de Reyes de 1937.
Puesto de reparto de juguetes para los niños en el Madrid republicano el día de Reyes de 1937.  EFE
Elena Fortún aguantó toda la guerra civil en España. Vivió en directo el hambre atroz, las bombas, el odio, también la solidaridad y los crímenes de un bando y del otro. Republicana de corazón y anticlerical, la escritora tejió en la calle un testimonio estremecedor sobre la lucha por la vida en la retaguardia de la contienda, sin atender a ideologías ni victimismos. Celia en la revolución, el eslabón perdido de la saga de las historias de Celia, un libro buscado y perseguido por lectores y coleccionistas de la serie, sale de nuevo a la calle editado por Renacimiento.
Con una narración sencilla y directa, poética y desgarradora, la novela, escrita recién acabada la guerra, es un relato autobiográfico de Elena Fortún (Madrid, 1886-1952), una mujer poco convencional que nunca militó en ningún partido político pero que tuvo profundas convicciones republicanas. Se exilió luego a Buenos Aires. El libro se presenta en Madrid el próximo día 22 con la presencia de la alcaldesa Manuela Carmena.
“Es, sin duda, la novela que le hubiera gustado escribir a Baroja”, asegura Andrés Trapiello, autor del prólogo. El entusiasmo de Trapiello por la reedición de la obra, que publicó por primera vez Aguilar en 1987, es enorme. El libro desapareció muy pronto del mercado y solo se podía encontrar en algunas librerías de viejo a precios astronómicos. “Es una novela autobiográfica que no se decanta ni por el fascismo ni por el comunismo, sino que da voz a todos aquellos que no querían adscribirse a ninguno de estos dos bandos. Es la gran crónica del miedo y el hambre, de los desgarros, las muertes y las separaciones. Es el testimonio de una persona dispuesta a reconocer y asumir responsabilidades políticas, penales y morales. El único compromiso de Celia y Elena Fortún fue la verdad de lo que habían vivido, independientemente de la ideología. Ahí están todas las cosas de las que nadie quería hablar, incluidos sus propios crímenes. Es la crónica que cuenta los hechos y las verdades tal y como fueron, alejados de la propaganda de uno y otro bando A la chita callando, Fortún escribió una de las grandes novelas de la guerra civil”, asegura Trapiello. El escritor incluye este testimonio vital dentro del corpus de lo que él llama la tercera España, aquella de la que dieron cuenta gente como Azaña, Juan Ramón Jiménez, Clara Campoamor, Chaves Nogales o el diplomático chileno Morla Lynch. Relatos de esa tercera España por parte de unos autores que proclamaron no la equidistancia, sino la ecuanimidad y que permanecieron sepultados e inéditos durante años por el ambiente tan poco favorable a escuchar y recibir la verdad más absoluta.
La revolución que se vivió en Madrid conforma la primera parte de esta novela-crónica para luego pasar a las ciudades de Valencia, Albacete o Barcelona. “¡Esto es la revolución! Yo me había figurado las revoluciones con muchedumbres aullando por las calles…. Aquí hay silencio, polvo, suciedad, calor y hombres que ocupan el tranvía con fusiles al hombro”, cuenta en julio de 1936 Celia, esa niña de quince años que se hizo cargo de sus dos hermanas pequeñas tras la muerte de su madre y que convive con un padre republicano y un primo miembro de Falange. “A mí, unas veces me parece que tiene razón papá y otras creo que es Gerardo", asegura sincera. Las checas, las barbaridades de los fusilamientos al anochecer, los crueles bombardeos, las huidas de familias enteras, los gritos y las carreras desatinadas por debajo de los balcones... Todo sale a relucir en este desgarrador relato, en el que también hay sitio para la felicidad y la poesía, el olor a tomillo, el radiante sol de otoño o el sabor de una tortilla francesa calentita.
Celia, en una ilustración original de Molina Gallent de los años treinta.  EL PAÍS
El manuscrito de Celia en la revolución, escrito a lápiz, en cuartillas ya oscurecidas por el tiempo y con una escritura muy borrosa, fue encontrado por Marisol Dorao, doctora en Filología Moderna en la Universidad de Cádiz, en los años ochenta. Estaba en manos, recuerda hoy María Jesús Fraga, también doctora y estudiosa pertinaz de la obra de Elena Fortún, del único miembro superviviente de la familia de la autora, su nuera, una viejita despierta y locuaz que vivía en Estados Unidos y que entregó a Dorao un bolsón lleno de papeles. Ahí estaba la obra perdida, la que faltaba en la serie de Celia, la que une de manera definitiva el libro Celia, madrecita y Celia, institutriz. Algo faltaba en la saga y era Celia en la revolución. Sin él no hubieran tenido sentido las últimas palabras de Celia, madrecita: “¿Qué día es mañana? Dieciocho de julio… Ojalá vuelvas pronto, dijo el abuelo. Y el corazón se me apretó sin saber por qué”. Para María Jesús Fraga, la reedición de la obra supone un feliz encuentro con esta periodista y escritora injustamente poco reconocida: “De prosa sencilla y directa, con novelas dialogadas y muy divertidas, que se dirige al lector interpelándolo, Elena Fortún es una de las grandes de la literatura española”.

MUJER DESDICHADA

Todos dicen que Elena Fortún- su nombre real, Encarnación Aragoneses, lo cambió y tomó el seudónimo de una de las obras de teatro de su marido, un militar mucho mayor que ella - fue una mujer desdichada. Su biógrafa, Marisol Dorao, habla de su condición de lesbiana como una de las causas de la infelicidad en su matrimonio que, sin embargo, nunca rompió. De sus dos hijos, uno murió con diez años y el segundo se suicidó en Estados Unidos, país en el que se exilió tras la guerra. Años antes, el marido de la escritora también había decidido quitarse la vida en Buenos Aires, donde se había instalado la pareja. Al final de su vida (muere en Madrid en 1952) abrazó la religión católica. Aún conocida por los libros de Celia, que empezó a escribir por capítulos en un suplemento infantil de un periódico de la época, Elena Fortún fue una prolífica autora de todo tipo de ensayos, reportajes y novelas, muchos de ellos hoy todavía desconocidos e incluso alguno inédito. Abelardo Linares lleva años buscando y revisando la obra de esta escritora dentro de la Biblioteca Elena Fortún, dirigida por María Jesús Fabra y Nuria Capdevila-Argüelles . En breve se publicarán dos nuevos libros: la novela inédita Oculto sendero, un valiente testimonio autobiográfico en torno al lesbianismo y el descubrimiento de su orientación sexual y una recopilación de reportajes, publicados en un periódico en los años treinta, con entrevistas reales a niños trabajadores, bajo el título Un amigo en cada sitio.

domingo, 10 de abril de 2016

POESÍA. "Ajeno", de Claudio Rodríguez (1934-1999)



Ajeno
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.

domingo, 3 de abril de 2016

CUENTOS. "El elefante desaparece", de Haruki Murakami

   
   Aunque de 1993, ahora se editan en nuestro país estos cuentos. Uno de ellos (el que da título al volumen) podemos leerlo en el siguiente enlace:

   "El elefante desaparece"

NOTICIAS LITERARIAS. "El porvenir de los vencidos". Antonio Muñoz Molina

Una mujer baña a su hijo en un balde, en un barrio de chabolas a las afueras de Madrid en abril de 1940.
Una mujer baña a su hijo en un balde, en un barrio de chabolas a las afueras de Madrid en abril de 1940.  EFE

El porvenir de los vencidos (Pulsar en el título para leer texto completo)
Antonio Muñoz Molina. 2 abril 2016

Nunca he estado con el historiador Antonio Cazorla, pero estoy seguro de que si nos conociéramos encontraríamos de inmediato todo un mundo de recuerdos comunes. Él nació en una familia trabajadora de Almería, yo en una de la provincia de Jaén. Los dos pertenecemos a una generación española que tiene el extraño privilegio de haber vivido plenamente en dos mundos, o de haber crecido en uno y vivido luego en otro que no se le parecía nada, y cuya existencia ni siquiera sospechábamos antes de vernos sumergidos en él. El atraso general del país era más grave aún en nuestra Andalucía interior. Por eso nos parece que tenemos recuerdos anteriores al tiempo de nuestras vidas. Hay una diferencia menor entre nosotros, pero significativa: la diferencia en los años de nuestro nacimiento. Yo nací en 1956, en lo que todavía era en gran medida la posguerra; Cazorla en 1963, de modo que cuando llegó al uso de razón vio ya algunos de los grandes cambios que habían empezado con la década. He comprobado que esos pocos años determinan diferencias muy notables en los recuerdos. Mi hermana nació en octubre de 1961, y mi mujer en enero de 1962. Ellas, como le pasará a Cazorla, no llegaron a conocer el aislamiento y la pobreza de los que yo todavía fui testigo, y menos aún el siniestro integrismo católico, anterior al Vaticano II, que sí probamos amargamente los nacidos tan solo unos años atrás.
[…]

sábado, 2 de abril de 2016

POESÍA. "Letanía de nuestro señor don Quijote", de Rubén Darío (1867-1916)





LETANÍA DE NUESTRO SEÑOR DON QUIJOTE
                     A Navarro Ledesma

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Caballero errante de los caballeros,
varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!

¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel Pro nobis ora, gran señor.
¡Tiembla la floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor!

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!

De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos,
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!