lunes, 30 de mayo de 2016

POESÍA. "Contribución a la estadística". Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura (1923-2012)


Wislawa Szymborska

Contribución a la estadística
De cada cien personas, 
las que todo los saben mejor:
cincuenta y dos, 
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto, 
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve, 
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco, 
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho, 
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete, 
las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas, 
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro, 
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente 
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori, 
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta, 
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres, 
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve, 
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.

Versión de Gerardo Beltrán

NOTICIAS LITERARIAS. Sobre tres novelas de Fernando del Paso, Premio Cervantes 2015. Jordi Soler



Tres novelas

JORDI SOLER  |  FIRMA INVITADA · MERCURIO 180 - ABRIL 2016

© Astromujoff
© ASTROMUJOFF
Fernando del Paso ha escrito tres de las novelas más importantes de la lengua española. También ha escrito otras cosas, una novela policiaca (Linda 67) situada en San Francisco, California, y un montón de ensayos, como ese reciente, y muy apabullante (Bajo la sombra de la historia, 2011) donde reflexiona, en casi mil páginas, sobre el islamismo y el judaísmo. Pero si alguien me preguntara qué es necesario leer de Fernando del Paso diría que sus tres novelas magistrales. Su mundo novelístico, un universo complejo y exuberante que exige la total atención, y devoción, de sus lectores, empieza con José Trigo, una historia cuyo centro, si es que tiene uno solo, es una huelga de ferrocarrileros, en 1959, que fue una suerte de parteaguas en la historia contemporánea de México, porque replanteó las jerarquías que hasta entonces articulaban la relación entre el Estado y los trabajadores, entre los líderes sindicales y el poder. El narrador de esta novela busca todo el tiempo a José Trigo en el campamento ferrocarrilero. “¿José Trigo? Era un hombre. Era un hombre cada vez más grande y cada vez más viejo… Era cada vez una sombra más grande”. La belleza plástica de ese campamento, que crece como una mancha en las páginas de la novela, es un triunfo sobre la miseria, es una planicie en Nonoalco Tlatelolco, en el centro de la ciudad, salpicada de chabolas y de vagones vacíos y abandonados donde los ferrocarrileros se han construido sus casas. La prosa es una criatura viva llena de mexicanismos, de aztequismos, de caló, que leída desde el siglo XXI parece la base de su siguiente novela, que convierte esa oscuridad ferrocarrilera en la narrativa lúdica, sublime, explosiva de Palinuro de México, que Del Paso entregaría once años más tarde.
Esta obra maestra, de lenguaje deslumbrante, nos cuenta la historia de Palinuro, un estudiante de medicina, como lo fue el mismo Del Paso, que vive en la Plaza de Santo Domingo, en el centro de la Ciudad de México, con su prima Estefanía. Con una exuberante narrativa el escritor va dando cuenta, con mucho humor, de las pasiones, las pulsiones y las tribulaciones de Palinuro, con el fondo de una deliciosa paleta escatológica que abreva de su conocimiento de la medicina. Esta novela se monta en una trama política de los años sesenta, de juventud revolucionaria que termina en Tlatelolco, en la matanza del 68, en ese mismo centro geográfico, más bien espiritual, donde implota José Trigo. Aunque la crítica se ha empeñado siempre en ver aquí una novela política, Palinuro de México es mucho más que eso, es una hermosa turbulencia verbal parienta, si tuviéramos que buscarle una familia, del Tristram Shandy, de Sterne. Si alguien me preguntara cuál es la mejor novela de Fernando del Paso diría que es Palinuro de México.
Una década más tarde Fernando del Paso publicó Noticias del Imperio, una monumental novela sobre la desgraciada aventura de Maximiliano de Habsburgo, y de su mujer Carlota de Bélgica, en uno de los episodios más delirantes de la historia de México: la constitución de un imperio mexicano con monarcas europeos en el siglo XIX. Esta novela polifónica donde también reina la exuberancia, está estructurada a partir de un poderoso monólogo, dicho por Carlota, sesenta años después de la muerte de Maximiliano, desde su encierro en el castillo de Bouchout, que se va asociando con otras voces del coro y va sacando a luz intimidades de alcoba, el derrumbe de los grandes imperios europeos, reflexiones sobre el amor y el deber con el destino, y los delirios de la sangre azul enfrentados al realismo indígena del presidente Benito Juárez, que al final mandó fusilar al emperador. Si alguien me preguntara por cuál novela hay que empezar a leer a Fernando del Paso, diría que por esta, por Noticias del Imperio.

martes, 17 de mayo de 2016

NOTICIAS LITERARIAS. Sobre "En la orilla", de Rafael Chirbes

La gran novela de la crisis en España

Un empresario ligado a la construcción cierra su empresa y se enfrenta a un embargo

Este es el telón de fondo de 'En la orilla', la nueva novela de Rafael Chirbes

Tras retratar en 'Crematorio' la especulación inmobiliaria, llegan los escombros.

Rafael Chirbes obtuvo el Premio de la Crítica en 2008 por la novela 'Crematorio', luego convertida en serie de televisión. En la imagen, el escritor en Valencia.
Rafael Chirbes obtuvo el Premio de la Crítica en 2008 por la novela 'Crematorio', luego convertida en serie de televisión. En la imagen, el escritor en Valencia. Jesús Císcar
"La gente dice que va a pasear por el campo y lo que hace es caminar entre escombros. Miras a los lados del tren y ahí los tienes: váteres, cañerías, ladrillos”. El tren del que habla Rafael Chirbes es el que le ha traído hasta Valencia. Nacido en Tavernes de la Valldigna en 1949, vive en Beniarbeig, un pueblo de Alicante, y es imposible oírle hablar de los escombros que ve desde el cercanías y no pensar en los que llenan su nueva novela, En la orilla, que Anagrama publica la semana que viene. Escombros reales y personales: los que produce el cierre de una carpintería que, arrastrada por la codicia de su dueño y por la crisis de la construcción, pone en la calle a cinco empleados cuyos hijos tienen cuatro problemas: desayuno, comida, merienda y cena. Amarrados a los 400 euros del paro, a la beneficencia y a una rabia que crece —“vosotros lo tenéis todo, yo tengo una escopeta”—, sus voces se alternan con la del jefe, Esteban, consagrado a sus 70 años a camuflar el embargo de la empresa y a cuidar de su padre. Los obreros ven difícil llenar la nevera; el patrón, llenar lo que le queda de vida.
“Yo soy todos los personajes”, dice Chirbes, que cuenta que lo único que tenía claro al sentarse a escribir era esto: en la novela habría un pantano, el lugar al que durante décadas han ido a parar los residuos de las obras y la carroña de animales y hombres. La palabra carroña está en la primera frase de En la orilla y estaba en la última de su anterior novela, Crematorio, publicada en octubre de 2007 y premio de la Crítica la primavera siguiente. En el fondo, una es la cara B de la otra. Si Crematorio era el pelotazo y la burbuja inmobiliaria pilotados por un arquitecto valenciano que cambió ideales políticos por corrupción política, En la orilla es el largo y resacoso invierno que sigue a aquella fiesta. Y que todavía dura.
Si te pones del lado del personaje que más odias descubres tus propias contradicciones. ¿Contra quién escribo? Contra mí mismo
“Escribo de lo que veo. La relación entre las novelas viene después. En cada libro empiezas de cero: lo que en uno fue un hallazgo en el siguiente es un lastre”, subraya el novelista. “En el fondo, el tema es una excusa para las digresiones de los personajes. Por eso digo que todos son yo. Además, ninguno es del todo bueno ni malo, incluso las víctimas tienen sus mezquindades. No me gusta que los malos sean, además, tontos. ¿Un díptico con Crematorio? Pues vale. Aquella me dejó arrasado y esta me ha salido así de brutal: es mi novela más amarga”. En 2011Crematorio, corrosiva sucesión de monólogos escritos a cuchillo, fue convertida enserie de televisión por Jorge Sánchez-Cabezudo, con un soberbio José Sancho en el papel principal. Primero la emitió Canal Plus. Luego, La Sexta. A Chirbes, al que muchos vecinos de su pueblo descubrieron por la tele como escritor, le gustó: “Estaba muy bien hecha, pero tiene poco que ver con el libro. Yo quería huir por todos los medios de la parte policiaca, y la serie es muy policiaca. Tenía que ser así. Lo entiendo, una serie tiene que tener intriga. En una novela la tensión debe estar en el lenguaje y no en la trama. En el libro la corrupción está como está en la vida. Y no es ya la diferencia entre imagen y palabra, es que era televisión: el cine se puede permitir una película divagante de una sentada, pero en la tele, como no dejes a uno en este capítulo con el cuchillo en alto, al mes que viene ya no sales. Luego, cuando dicen una frase del libro, te pones colorado. Escuchas a Pepe Sancho diciendo ‘porque el bien solo tiene un camino”.
En las novelas de Rafael Chirbes la crítica social es evidente, pero no maniquea, una actitud que él ilustra con una imagen tomada de D. H. Lawrence, enemigo de los escritores que ponen el dedo en un platillo de la balanza para inclinarla según sus gustos o su idea de la justicia: “Cuando escribo me importa un carajo la ideología de los personajes, la mía ya saldrá, inevitablemente. Inclinar la balanza es ir contra la literatura, que si tiene algo es que nos hace plantearnos las cosas y corregir nuestra mirada. Si te pones del lado del que más odias descubres tus propias contradicciones. Para personajes de una pieza ya tenemos a los políticos. No me gusta tratar al lector como a un gato al que se le pasa la mano a favor del pelo. Hay que pasársela a la contra, para que se levante. ¿Contra quién escribo? Contra mí mismo”. Con una voz tallada a base de Ducados, Rafael Chirbes insiste en esa idea a lo largo de la charla: mientras camina desde la estación del Norte, delante de un arroz caldoso, de paseo por Valencia (en esta iglesia hay una copia del San Pedro de Caravaggio; en ese hotel se celebró en 1937 el Congreso de Intelectuales Antifascistas; ahí estaba la librería a la que vino Max Aub en 1969…).
Para el autor de ensayos como El novelista perplejo o Por cuenta propia, una novela tiene algo de “almacén de voces”. De ahí su idea del artista como “un pararrayos que atrae las tensiones de su época”. “¿De qué va lo que escribo? Del estado del alma humana a principios del siglo XXI. Si para Balzac el alma de su tiempo eran 8.000 libras de renta, echemos cuentas”. En su opinión, el escritor que huyendo de la Historia no quiere ser testigo de su época termina siendo síntoma de ella. “Si no lo hubiera usado ya Lérmontov, el título de En la orilla podría haber sido Un héroe de nuestro tiempo”, explica. Finalmente, se inclinó por “un título de poco aspaviento; luego tú le buscas el simbolismo: en la orilla de Caronte, en la del pantano, en la de la vida, en la de la Historia”.
La Historia es importante para Chirbes: “¿No decían que el arte te lleva al psiquiátrico y la Historia, a la cárcel?”. Él, hijo de familia republicana, estudió Historia en Madrid después de pasar por Ávila, León y Salamanca como interno en colegios para huérfanos de ferroviarios: su padre murió cuando él tenía cuatro años. “Nunca he vivido con mi familia y con mi hermana no he discutido jamás, pero es cierto, la familia no deja de aparecer en mis libros, y nunca queda muy bien parada. Tal vez porque ha sido un núcleo de la historia de España. Y vuelve a serlo. Uno de los personajes de En la orilla repite eso que ahora se oye tanto: ‘Si esto no explota es porque la familia está ahí, porque los parados viven de la jubilación de sus padres”.
El escritor tiene que ser pulga y liebre para que no te atrapen. En cuanto te descuidas, te han trincado. Dicen: ‘Crematorio, ¡cómo anunciaba! ¡qué lucidez!’.
Tras años de militancia antifranquista, Carabanchel incluido, el escritor en ciernes se marchó a dar clases a la universidad de Fez. En Marruecos, sin exotismo alguno, está ambientada Mimoun, finalista del Premio Herralde en 1988. Era la cuarta novela que escribía, pero la primera que publicaba. Otras ocho vendrían luego a retratar los fantasmas de su autor, los claroscuros de su generación y las sombras de un país borracho de dinero rápido. En 1992, ese año, Chirbes publicó La buena letra, una novela corta que, protagonizada por una mujer represaliada durante la posguerra, se adelantó una década a la ola de ficciones sobre la Guerra Civil. “Una voz de mujer que le devuelve el pasado al hijo que quiere convertir la incómoda casa familiar en un solar”, así ha descrito La buena letra su propio autor, al que le gusta “bromear” diciendo que, en el fondo, era un libro contra el Decreto ley de Ordenación y Medidas Económicas aprobado el 30 de abril de 1985 y bautizado popularmente como ley Boyer, por el ministro de Economía de Felipe González. Aquel decreto permitía, por una parte, transformar las viviendas en locales comerciales independientemente de la calificación que tuvieran en los planes urbanísticos; por otra, suprimía la prórroga forzosa de los contratos de alquiler. “En 1991, poco antes de que se publicara la novela apareció en EL PAÍS un artículo que hablaba de esa ley”, cuenta Chirbes. “Lo escribió Isabel Vilallonga [entonces portavoz de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid], y si lo lees ahora ves cómo anunciaba todo lo que vino luego: subida de los precios, expulsión de los pobres del centro de las ciudades, especulación”.
Pese a su calidad literaria, sociología aparte, una novela así era entonces la voz en un desierto en fase de recalificación. Malos tiempos para la memoria. Nadie necesitaba un aguafiestas. ¿Cómo se hubiese leído 10 años después? “Quizás hubiera sido parte del coro, nada más”, responde su autor. “El escritor tiene que ser pulga y liebre para que no te atrapen. En cuanto te descuidas, te han trincado. Dicen: ‘Crematorio, ¡cómo anunciaba! ¡qué lucidez!’. Te atrapan, pero nadie se da por aludido. Todo son modas. ¿Quién habla ahora de las fosas?”.
Con todo, La buena letra está detrás de un argumento que se repite cada vez que se habla de Rafael Chirbes: tiene más lectores en Alemania que en España. “Fue mérito de Reich-Ranicki, no de los libros”, dice él refiriéndose al prestigioso crítico literario que proclamó en su programa de televisión que La larga marcha, su quinta novela, era “el libro que necesitaba Europa”. Algo más tarde, cosa rara en alguien que pocas veces recomendaba dos obras de un mismo autor, se deshizo en elogios hacia La buena letra. La novela, además, protagonizó la tercera edición del programa del ayuntamiento de Colonia Un libro para una ciudad. Vendió 50.000 ejemplares en una semana. Los dos autores que habían precedido al escritor español eran Orhan PamukHaruki Murakami.
No aguanto la doble moral, y me molesta el que llega arriba y desprecia al de abajo. Hay una especie de amor por los de abajo en todos mis libros. No me acabo de curar de eso.
A aquella historia de una mujer vencida le siguió, dos años más tarde y con idéntica maestría, Los disparos del cazador, la novela de un vencedor, un padre que —“es otro de mis temas”— carga con el desprecio de su hijo por haber ganado dinero. En su caso, con la guerra. En el caso del protagonista de Crematorio, con la corrupción inmobiliaria. “Los desprecian pero aceptan su dinero”, avisa el escritor. Como dice una de las voces de En la orilla, durante la posguerra no todo fue represión, “hubo su parte de negocio”: tierras, puestos administrativos y cátedras cambiaron de manos. “La Transición no quiso revisar todo eso. Nadie devolvió nada. La memoria llevada a sus últimas consecuencias es una amenaza para el presente porque todo sale de un crimen originario. Puro Walter Benjamin”. Posguerra y Transición, padres e hijos recorren también novelas como La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), que retratan la llegada al poder de una generación que, según Chirbes, rebajó sus ideales con un disolvente: el dinero. “La izquierda llegó al poder diciendo ‘no se puede porque están los militares’ y terminó ‘esto es un chollo”. De la ideología a la economía, de la resistencia a la abundancia: “Fue un ministro socialista el que dijo que España era el país de Europa en el que se podía ganar más dinero en menos tiempo”. “De la gran ilusión a la gran ocasión”, se lee en la nueva novela. “Esa frase es de Gregorio Morán. El libro está lleno de homenajes”.
“Si para algo sirve el dinero es para comprarles inocencia a tus descendientes”, dice otro de los personajes de En la orilla, cuyo protagonista es hijo de una víctima del franquismo pero íntimo del hijo de una familia franquista, un crítico gastronómico un tanto fantasma al que Chirbes ha prestado parte de su experiencia. “Sí, podría ser yo, pero engrandecido”, dice con sorna el escritor, que llegó a dirigir la revista Sobremesa. Allí publicó los reportajes de viaje —Pekín, Halifax, Leningrado, Coimbra— que en 2004 formaron el volumen El viajero sedentario. “Entrar en la revista evitó que entrara en política”, explica. “Ya no viajo. Vivo solo en Beniarbeig, fuera del pueblo, con dos perros y dos gatos. Leo, apenas escribo. Cocino. Si cocinas manchas mucho. Lo limpio. Pasa el tiempo. Ya sé que tan solo te puedes volver majara”.
Dice Chirbes que para escribir hace falta un desparpajo que a él se le ha ido. Aunque matiza: “Están las novelas, cierto, pero como son mentira… Aun así, tengo miedo de que venga un carpintero y me diga: ‘en las serradoras no se apoya uno”. El escritor sostiene que entre los valores que le quedan está la defensa de “las cosas bien hechas”, pero admite que sus libros defienden todavía ciertas ideas: “Y sobre todo, repugnan ciertos comportamientos: no aguanto la doble moral, y me molesta el que llega arriba y desprecia al de abajo. Hay una especie de amor por los de abajo en todos mis libros. No me acabo de curar de eso. Será porque vengo de clase baja. Su culpa o su inocencia se la ganan con el sudor de su frente. Aunque a veces los odias”.
Si los libros de Chirbes no dejan títere con cabeza, En la orilla deja aún menos resquicios para la esperanza. “Es una novela de sexo y dinero porque todo ya es envoltorio, una estafa”, dice el novelista, que escribe sin concesiones, pero es todo cordialidad en el trato. Cuando habla pregunta, se pregunta, se revuelve, duda. Bien pensado, como en sus libros: “Siempre había tenido momentos de emoción con las novelas. Con Mimoun estaba feliz, y cuando acabé La buena letra pasé tres meses que lloraba todos los días. Ahora, ni un instante de emoción. Ni siquiera mientras corregía, que siempre dices: ‘esto me ha quedado bien’. Nada. Como si fuera de otro, esquinado. Eso es una putada. Si no escribo, leo y doy de comer a los perros. Ya está. Antes escribía cuadernitos, ideas, lo que estaba leyendo, tonterías. Ahora ni eso. Tampoco sé la posición que tengo ante las cosas. Por eso en mis novelas haya tantas voces. Es lo que permite ver la realidad como un prisma… uf, eso sí que queda cursi; digamos que viéndole las distintas caras. No sé qué pensar. Leo: ‘las redes sociales arden’. Y se me ponen los pelos de punta. Digo: ‘esto es la Inquisición’. Clandestina y extendida. Lo mejor, estar calladito y escondido, pero ¿no será una cobardía? Digamos que he renunciado a mi vida social, lo cual está en contradicción con el hecho de que estemos hablando ahora, así que eso me provoca otra contradicción más. Como tampoco trato con gente literata, pienso: ‘vaya, por un libro cuánto revuelo’'. O sea, que estoy raro”.

 

La tramoya de la España de los últimos 70 años


Los libros de Rafael Chirbes, publicados por Anagrama, destilan un trabajo obsesivo de lenguaje y montaje, pero también dejan ver la tramoya de la España de los últimos 70 años.
La buena letra (1992). “La buena letra es el disfraz de las mentiras”, dice la narradora, que en centenar y medio de páginas dirigidas a su hijo despliega lo que el crítico Santos Alonso describió como una “dura reflexión sobre las consecuencias de la Guerra Civil en los vencidos y el poder de la cultura sobre los que no han tenido acceso a ella”. Su complemento perfecto es otra novela corta, Los disparos del cazador (1994), retrato de un viejo franquista con hijo ingrato. Sin maniqueísmos. Son la mejor manera de empezar a leer a Chirbes.
La larga marcha (1996). Guerra y posguerra; el franquismo y la lucha antifranquista de sus propios herederos. Le siguió La caída de Madrid (2000), centrada en el 19 de noviembre de 1975, el día anterior a la muerte de Franco.
Crematorio (2007). Precedida por Los viejos amigos (2003), las palabras corrupción y prostitución, desencanto y cinismo servirían para resumir una novela que es mucho más que sus temas: el retrato del pelotazo inmobiliario en la costa levantina, también un testamento. Literatura grande escrita a degüello, en tensión, sin consuelos. Ganó el Premio de la Crítica.
Por cuenta propia (2010). Junto a El novelista perplejo (2002), reúne los ensayos de Rafael Chirbes sobre literatura: de La Celestina a Max Aub pasando por Galdós o Aldecoa. La legitimidad del presente a la luz del pasado es otro de sus asuntos. Se abre con el magistral ‘La estrategia del boomerang’, donde el escritor se explica a sí mismo y explica su teoría de la novela.

lunes, 16 de mayo de 2016

POESÍA. "Canción de otoño en primavera", de Rubén Darío (1867-1916)




CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA
                                 A Gregorio Martínez Sierra

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro, 
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

¡Mas es mía el Alba de oro!

jueves, 12 de mayo de 2016

ENTREVISTA A Rafael Chirbes, sobre "En la orilla"

Rafael Chirbes

Crematorio era el esplendor y En la orilla es la caída”

La cara oculta, el patio trasero y sórdido de Crematorio, que siempre estuvo ahí pero al que nadie miraba. Desde allí, desde las aguas podridas del pantano ha escrito Rafael Chirbes 'En la orilla', su nueva novela, que lanza el próximo día 5 la editorial Anagrama. Una historia llena de vidas derrotadas, de sueños rotos, de la mejor literatura. Hablamos con el escritor y publicamos en exclusiva los primeros tramos de su novela.


BLANCA BERASÁTEGUI | 01/03/2013 
Rafael Chirbes. Foto: Vicent Bosch
Que sólo escribe de lo que ven sus ojos ya lo sabíamos, pero es que ahora “ya ni anoto en mis cuadernillos”, dice Rafael Chirbes para confirmar su estado de narrador anárquico. Lo que ven esos ojos sabios de lecturas y descreídos de tanto mirar es obsesivamente desolador y huele a fracaso. Sí, Chirbes ha vuelto a hacerlo: se ha pasado estos seis últimos años plantado en el marjal, mirando y mirando, y ha escrito En la orilla. Al pantano lo ha hecho protagonista y por sus aguas fangosas ha lanzado a un coro de hombres y mujeres para que vivan sus pobres vidas sórdidas y desoladas, al borde del desahucio. La novela es de una densidad literaria y una carga simbólica apabullantes. Retumban las voces desde el estercolero, y en ese patio trasero que teníamos olvidado todo son sueños rotos.

Chirbes sabe bien que un escritor se carga mirando y leyendo. “Digamos que entre novela y novela, lo que hago es... novela. Últimamente me cuesta cada vez más escribir, e incluso dar mi opinión sobre las cosas. Yo antes escribía en unos cuadernitos y apuntaba lo que leía, ahora ni siquiera. Porque todo me da la impresión de estar ya dicho, de que todo está trillado. Además, no tengo suficientes datos, no sabemos casi nada de las cosas... Desconocemos los intereses que hay detrás de casi todo... Libia, Mali...las maniobras de los servicios secretos... ¿Qué hay detrás? Nadie lo sabe. Así que ya sólo escribo de lo que veo y no a través de lo que me cuentan, claro que, según se mire, porque siempre escribo de lo que me cuentan los distintos modelos literarios. De esos no te puedes escapar nunca. Cuando escribía Mimoun (1988) tenía en la cabeza Otra vuelta de tuerca, de Henry James; cuando La buena letra (1992), pues siempre andaba por ahí el Lazarillo, con su peculiar ingenuidad y sabiduría. Con cada libro, una referencia. Con Crematorio (2007), tenía a Lucrecio y La Celestina

-¿Y En la orilla...?
-No lo sé. Es un libro que no tiene trama, porque cada vez me interesa menos la trama. La trama es una dictadura, lo decía Benet... En esta novela hay voces, luego un río central, que es el personaje, y yo quise desde el principio que fuera como un concertante, donde las distintas voces tuvieran el mismo tono y formaran un coro que contara lo único que me interesa contar, que es lo que está pasando. Es un libro discursivo, un libro que se me va constantemente hacia los lados, pero bueno, pensaba, si eso me sirve para abarcar más y consigo que se mantenga la tensión.... y me acordaba mientras escribía de la Historia de una barrica, de Swift, que es pura digresión. ¿Por qué no se puede contar yéndose uno por las ramas, y que éstas formen parte del tronco? Esa era la idea. 

Seis años cociendo en la orilla

La novela sale el próximo día 5, y Chirbes se nota expectante y hasta temeroso. Inseguro. Es lo menos petulante que he visto en mi vida. Y vean qué sincero: “Ayer recibí el primer ejemplar, me abalancé sobre él, empecé a ponerme colorao colorao, y me llevé un berrinche tremendo. Yo antes terminaba las novelas en estado de éxtasis, y, en cambio, últimamente me siento abatido y digo ‘no es esto, no es esto'”. Las espléndidas páginas de En la orilla las ve más tarde, ya retirada la ansiedad y sobrevenida la cordura.

Han pasado seis años desde Crematorio y todo este tiempo ha tenido En la orilla cociendo en la caldera. “No todos somos Galdós, que en dos meses escribe un libro y ya quisiera el gato lamer el plato; otros escritores sólo podemos escribir cuando cocemos de tal manera las cosas que ya el plato parece que tiene otro sabor. ¿Que cómo lo preparo? Muy lentamente. De repente oigo voces, me llegan flashes, y escribo un diálogo, y lo dejo ahí, luego escribo un esbozo como de cuento, hasta que veo que esas cosas se van relacionando, y voy uniéndolas. Luego llega la etapa de las dudas, porque como todo lo hago a trozos, mezclando, como un rompecabezas...”

-Dice que hasta el final no conoce el final de la novela.
-Es cierto. Si lo tuviera en la cabeza, creo que no lo escribiría. Y si tuviera en la cabeza de lo que trata el libro... tampoco. Qué envidia me dan esos escritores que lo tienen todo tan claro. Yo nada. Sigo creyendo que me salen las cosas por puñetera casualidad y nunca sé si voy a volver a escribir otro. Soy un escritor amateur, sigo siéndolo.

Hace años Chirbes aseguraba que Crematorio le acabó resultando antipática, porque le ha tenido en un pozo oscuro. Pero En la orilla nace de las pavesas de Crematorio, del mal olor que deja la especulación y una crisis que trasciende lo económico.

-Digamos que Crematorio es la primera línea de playa, y ésta es el pantano.Crematorio es el esplendor, y ésta es la caída. Crematorio es el fuego que arde deprisa, y en ésta es el rescoldo, porque detrás de esta falsa modernidad que hemos vivido, hay un pozo y hay un pantano que siguen estando ahí, cada vez están más podridos. Porque todos somos ahora muy modernos pero aquí siguen funcionando los mismos esquemas, los viejos tópicos franquistas. No tengo la impresión de que haya cambiado tanto el nervio de la sociedad. Enseguida ves cómo, por debajo, los comportamientos tienen una continuidad con la España que conocí a los diez años. Esta novela tiene el afán de, además de que el pantano sirva como metáfora, ser una narración en la que estén imbricados el pasado y el presente, la guerra y la posguerra, porque los mecanismos por los que unos se enriquecieron siguen funcionando y todo es como una pasta espesa y pringosa.

Y entonces el escritor dice sentir miedo. Habla y habla, discursivamente, yéndose continuamente por las ramas, como las gentes de su novela, y ve que muchas de las cosas que ha escrito, que parecían exageraciones novelescas, luego han ido sucediendo y la gente las asume.

Un mundo de delatores

-Y eso me da miedo, porque aunque todo parece que cabalga desbocado, por otro lado veo a un país puritano, exigente, veo que nos vamos convirtiendo en un coro inquisitorial y eso me asusta. Un mundo de delatores, como si aquí nunca hubiéramos cobrado en dinero negro, como si nadie hubiera hecho trabajos sin factura... Y si a este espíritu inquisidor le acompañara una gente que se ha leído Las Tormentas del 48 de Galdós y entiende lo que es un movimiento, una revolución.... pues bueno. Pero no, aquí no tenemos formación política, y todo es improvisación y gamberreo. “Las redes sociales arden” oigo por ahí. Bueno, pues a mí las redes sociales me dan pánico. Para mí son como esas “tricoteuses” de la revolución francesa, esperando ver rodar cabezas, desde el anonimato, desde la cobardía más absoluta y esperando a ver qué cabeza cae para celebrarlo: ¡Ha caído la del rey!, ¡ha caído la de la princesa! ¡Uff! Todo eso me espanta. Y desconfío, sí, porque veo que todo se está volviendo muy judicial, y cuando se pone en marcha la justicia me echo a temblar. Yo veo que hay una lucha entre el modelo protestante y el católico, que no es sólo política y económica, también moral, entre el norte y el sur, ricos y pobres... y están las kikas esas que cortarían la cabeza a cualquier mujer que decide abortar, y está la sección femenina del PSOE que te fusilaría por mirarle las tetas a la que pasa. Me dan pánico unas y me dan terror las otras. Y me da terror Rubalcaba, y Cayo Lara persiguiendo con celo inquisitorial a sus camaradas extremeños que le fastidian sus pactos con Alfredo.

-Está claro que no le gusta la España de hoy.
-No me gusta nada y además, me da miedo, ya digo. Por eso estoy en mi casa, solo, dueño de mis palabras y de mis silencios. Y ... no sé por qué digo estas cosas.

Su fe en la capacidad de transformación de las cosas es cada vez menor, pero Chirbes admira a los que se esfuerzan en cambiarlas. Él no lo hace. No quiere dar falsas esperanzas, no quiere mentir, así que En la orilla resulta agobiantemente triste. Dice uno de sus protagonistas: “Con la edad, aumentan los conocimientos sobre lo desagradable de la vida”.
-¿Y no es así? ¿A ti no te pasa?

O “Encerrados en casa, cocían su tristeza en silencio”.
-Ese sería yo, sí.
O “Espero del ser humano solo lo peor”.
-Bueno, eso no tanto. ¿Sabes que pasa? Hay dos cosas terribles en la vida que no hay manera de despegarse de ellas: el sexo y el dinero. Y En la orilla es un libro sobre estas dos cosas. En realidad, casi todos los libros lo son. ¿Qué es La Celestina?
O “Los impagados apagan el amor”. Los impagados, es decir, las dificultades, ¿sacan lo peor del ser humano?
-En la vida privada es así, sale lo peor del hombre, “el depredador originario”, que dice el libro. En la vida pública, se esfuma la retórica que lo envuelve todo y disimula la cruel mecánica de la lucha de clases. La miseria devuelve la lucha de clases al primer plano. Queda a la vista que alguien se lleva la presa y nos deja con la barriga vacía.

El entorno, la degradación del paisaje que envuelve a los personajes y su denuncia son elementos sustanciales de la novela. Pero cree Chirbes que tenemos una idea romántica del paisaje que nos viene “de esa mentira de que los paisajes son eternos, y no lo son, muchas veces duran menos que nuestras propias vidas”. También denuncia el escritor a esos ecologistas que priman la naturaleza sobre el mismo hombre.

-Sí, ellos buscan el bien, caiga quien caiga. Cada día hay más leyes que supuestamente nos protegen y en cambio nos dejan más desamparados. Fíjate que, en tiempos de Franco, creo que había unos quince mil presos. Ahora me parece que he leído que hay más de cien mil, y no sé cuántos más en libertad provisional o a las puertas de cumplir condena. Crece el control, el lenguaje benevolente y políticamente correcto como una espada de Damocles. Se tipifican nuevos delitos, al mismo ritmo que se apodera de todo una violencia ambiental y se instala un sutil clima de sospecha. Todos nos sentimos culpables, todos parece que tenemos algo que esconderles a los nuevos inquisidores que se envuelven en el progresismo. Florecen los ejércitos de salvación. Líbrenos Dios de quienes quieren protegernos.

“Que los libros hablen por mi”

El que mejor definió a Rafael Chirbes fue Vázquez Montalbán, con el que tenía tantas afinidades. “Chirbes, una isla que se esfuerza por serlo”, escribió. Ciertamente Chirbes es un solitario, ajeno a modas y generaciones: “El escritor lo que tiene que hacer es escribir y si tienes que hablar mucho de tus libros es que tus libros no hablan por ti. Mala cosa”. Lee a sus colegas contempóraneos, pero tiene poco que ver con ellos. “Los escritores que reniegan de la función de la literatura -capturar verdades, moldear sensibilidades- fingiendo hacerla un homenaje, y la convierten en una casa de muñecas, no me interesan”, dice sin ánimo de molestar. También dice que se siente próximo a Aramburu, que le ha gustado la última novela de Trapiello... Pero sobre todo lee a los alemanes, a los rusos, a los franceses... “¿Te das cuenta, dice, de lo mal que envejecen los libros literarios y qué bien se sostienen los libros que tienen voracidad por el exterior? La literatura sale cuando no la pretendes, si la pretendes, en lugar de un adorno sale una grieta. Pero si capturas eso que no existe, que es la verdad, resiste”.

-¿Por qué la narrativa española, con excepciones, rehúye hablar de la realidad con una crudeza similar a la suya y prefiere modelos americanos, tal vez más inofensivos?
-Quizá sigue existiendo cierto temor al realismo, herencia de los años en que se lo despreció: parece poco literario contar lo que pasa, como si la literatura fuera algo ajeno, un juguete aparte. Se olvida que la novela es una parcelita de eso que pasa, testigo de su tiempo. Los libros de historia la bajan al suelo y acaban poniéndola en su sitio.

En Alemania, donde Chirbes es leído y muy respetado (el gran crítico Reich-Ranicki le dedicó dos veces buen espacio en su programa de televisión, algo insólito), la novela mantiene su puesto y participa en debates sobre la construcción del país. ¿Por qué es impensable que eso ocurra aquí?
- No sé. Quizá porque Kant y Bach no nacieron en Tavernes de la Valldigna o en Castellón de la Plana.

- Pero Galdós nació aquí...
-Sí, sin Galdós no sabríamos casi nada del XIX ¿Es que se puede aprender de alguien mejor que de Galdós? Es que es maravilloso. ¡Qué pandilla de imbéciles supuestamente modernizadores hemos tenido aquí que han despreciado a Galdós! Lo de Las Tormentas del 48, que he leído mucho con esto de los indignados, es inmejorable. Ese Sebo intrigando, esos confidentes de la policía, ese pueblo pagándolo siempre como víctima entre militares y políticos, esa lucidez política... Esa capacidad para tocar a los personajes. ¿Te has fijado que a todos los personajes de Galdós los puedes pellizcar? Si eso no es escribir bien... Le ha pasado igual a Blasco Ibañez, que ha corrido todavía peor suerte, pero léete El intruso, sobre el País Vasco.

-¿Qué me dice, por cierto, de los indignados?
-Que desconfío mucho porque en realidad no sabemos quién es el sujeto histórico de nuestro tiempo, y eso produce mucha confusión. Uno se ha lanzado a la calle porque está cabreado, el otro porque le resulta un entretenimiento; otros porque son confidentes de la policía, o infiltrados de partidos políticos; los otros se han lanzado porque han ganado los del PP... En fin, un tótum revolútum. Yo no firmo ya manifiestos ni acudo a manifestaciones. ¿Cómo me voy a creer a estas alturas a Cándido Méndez? ¿Y al otro, a su pareja? ¿A qué vienen esos aspavientos con la financiación de los partidos si ya lo dijo Alfonso Guerra: ‘Señores, el dinero de Europa se ha acabado. Ahora los ayuntamientos tienen que financiarse'? Y, por supuesto, no me creo al PP, que está en las antípodas de lo que pienso.

»Esta situación - continúa Chirbes- me recuerda a la descomposición de la época de la primera Restauración, cuando se daban esas alianzas tan contra natura entre carlistas y republicanos, y eso que entonces había un movimiento obrero sólido. No, lo de ahora es un régimen podrido, porque nació de los oportunistas de un bando y de otro. Aquí socialdemócratas no había ni uno. Aquí había comunistas y anarquistas por un lado, y fascistas por otro.¿Cómo se formaron los partidos? Se trataba de poder comer de la tarta europea y si para ello había que renunciar a la camisa azul y a la bandera roja pues se renunciaba. Todos los que entraron lo hicieron para comer de la tarta. Y vino el pelotazo, y toda esa gente del sindicalismo que acaba convirtiéndose en clase media y burguesía del nuevo régimen, y que es, por ejemplo, la que ha controlado todos estos años Andalucía. En los años ochenta empezó todo. Lo dijo Solchaga: “España es el país en el que se puede ganar más dinero en menos tiempo”.

-¿Y ahora?
-Con estos mimbres no creo que se pueda hacer gran cosa. Yo veo ahora mucha desenvoltura para dictar las obligaciones ajenas, para denunciar a la mínima y la gente se encuentra poco dispuesta a asumir sus culpas. Además, vivimos la cultura de la lástima. Todo el mundo quiere mostrar sus llagas. Hemos convertido en héroes a los pobres desgraciados. Esa moda que empezó con Callejeros de exhibir los despojos para entretener al personal me parece repugnante.

Otra vez En la orilla. Pese a la cordialidad de la conversación, a Rafael Chirbes no le gusta hablar de sus libros. Ya lo ha dicho. “Cuando me pregunten de qué trata el libro voy a decir: ‘Pues mire usted, empieza con una cita de Diderot y acaba poniendo Beniarbeig. De eso trata mi libro'. Porque, dime, ¿trata sobre la corrupción? No. ¿Sobre el crimen? No. ¿Sobre el suicidio? No. ¿De sexo? Tampoco. Al final, insistirán: ‘pero, estaban enamorados, o no'? Pues yo qué sé, contestaré. Si lo supiera, lo hubiera dicho. La literatura trata de la complejidad de la vida”.