Goethe, en 1828 (pintura de Joseph Karl Stieler)
Novela epistolar, publicada en 1774.
22 de mayo
La vida humana se reduce a un sueño, esto es lo que muchos
han creído, y tal idea no deja de perseguirme. Cuando me detengo a pensar en
los estrechos límites en que están circunscritas las facultades activas e
intelectuales del hombre; cuando veo acabarse todos sus esfuerzos por
satisfacer algunas necesidades que no tienen más intención que prolongar la
desgraciada vida; que toda nuestra confianza o tranquilidad sobre ciertos
puntos de la ciencia es sólo una resignación fundada sobre quimeras y ensueños,
y producida por esta ilusión que cubre las paredes de nuestra prisión con
pinturas diversas y perspectivas de luz; todo esto me deja mudo, amigo
Guillermo. Me reconcentro y encuentro en mi ser todo un mundo; pero un mundo
fantástico, creado por presentimientos, por deseos sombríos, en el que no se
halla ninguna acción viva. Todo nada, todo flota ante mí, cubierto de una
espesa nube y yo me adentro en ese caos de ensueños con una sonrisa en la cara.
Pedagogos, maestros, todos acuerdan que los niños no saben lo que quieren; pero
que también nosotros, niños grandes, damos traspiés por este mundo sin saber de
dónde procedemos o adónde nos dirigimos; lo mismo que los pequeños, obramos sin
intención; igual que los niños nos dejamos llevar por golosinas de diferentes
tipos o por el castigo; esto es lo que nadie quiere creer, ni convenir en ello;
para mí es, sin embargo, una cosa evidente.
En fin, concedo gustoso (porque sé lo que vas a contestar)
que los venturosos sean aquellos que, como niños, viven al día, llevan su
muñeca de un lugar a otro, la visten, le quitan la ropa, pasan y repasan
respetuosos delante del cajón donde mamá tiene las golosinas y que cuando
saborean alguna lo hacen ansiosos y a gritos piden más.
Pues bien, sí, ¡he ahí criaturas afortunadas! ¡Venturosos
también los que bautizan con un nombre pomposo o un título imponente sus
fútiles ocupaciones e incluso sus mismas pasiones, para presentarlas al género
humano como obras gigantescas, emprendidas para traerle mayor prosperidad o
para salvarle!
Por mi parte, repito: buen provecho tengan, tanto ellos como
los que quieran o puedan creer como ellos. Pero el que en su humildad reconoce
lo inútil de todas esas vanidades; el que ve al hombre acomodado arreglar su
jardín como un paraíso, y al mismo tiempo ve pasar a un desgraciado jornalero
encorvado bajo el peso de una carga abrumadora, sin desanimarse, y que ambos en
fin muestran el mismo interés en contemplar siquiera un minuto más la luz del
sol; ése está tranquilo, crea su universo en sí mismo y se considera feliz sólo
por ser hombre. Por limitado que sea su poder, abriga siempre en su corazón el
sentimiento y sabe que puede dejar esta cárcel cuando así lo disponga.
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