"En este
siglo, desde hace alrededor de unos sesenta años, una nueva escena se ofrece a
nuestra vida en Hungría, Moravia, Silesia, Polonia: se ve, dicen, a hombres
muertos desde hace varios meses, que vuelven, hablan, marchan, infestan los
pueblos, maltratan a los hombres y los animales, chupan la sangre de sus
prójimos, los enferman, y, en fin, les causan la muerte: de suerte que no se
pueden librar de sus peligrosas visitas y de sus infestaciones, más que
exhumándolos, empalándolos, cortándoles la cabeza, arrancándoles el corazón o
quemándolos. Se da a estos revinientes el nombre de upiros o vampiros, es
decir, sanguijuelas, y se cuentan de ellos particularidades tan singulares, tan
detalladas y revestidas de circunstancias tan probables, y de informaciones tan
jurídicas, que uno no puede casi rehusarse a la creencia que tienen en esos
países, de que los revinientes parecen realmente salir de sus tumbas y producir
los efectos que se les atribuyen".
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