LA RUBIA DE OJOS NEGROS, DE BENJAMIN BLACK
Como el mismo autor reconoce, ha
sido una aventura arriesgada volver a dar vida a un detective ya creado,
dotado de vida propia y con plena autonomía. Un detective diseñado por el que
ha sido un gran escritor de obra negra,
Raymond Chandler. El detective, Philip Marlowe, un ser al que entre otros rasgos
de su personalidad se le atribuyó el disfrutar de su soledad, pues fue
concebido como un ser solitario:
“No te das cuenta
de lo pequeño que es el espacio donde vives hasta que otra persona entra en
él”.
“Marlowe le
replica con aspereza a la chica. Una vida solitaria te resulta inimaginable.
Eres como uno de esos grandes y elegantes cruceros rebosantes de marinos,
camareros, ingenieros, tipos con uniformes recién planchados y cordoncillos en
la gorra. Requieres todo ese personal, sin mencionar a la gente guapa vestida
de blanco que se entretiene jugando en la cubierta. Pero si te fijas bien, hay un
pequeño esquife con una bandera negra que se dirige hacia el horizonte. Eses
soy yo. Y me siento feliz allí, solo.”
En mi opinión, el resultado de lo
que podría haber sido un suicidio literario ha sido todo un éxito. Benjamin
Black ha superado el difícil reto de conformar otra parte de la vida del
detective Philip Marlowe. Ha dado una forma sublime y contenido entretenido a
una obra que incluso podríamos decir que ha sido una continuación de otra
novela de Chandler. Concretamente, como si fuese la segunda parte de El largo adiós.
La obra es de un lenguaje y
estructuras gramaticales fáciles. Si bien un lenguaje lleno de comparaciones
agudas, en el que abundan descripciones de
personajes y situaciones (descripciones que en mi opinión son oportunas
y muy gráficas). Descripciones que no se hacen interminables y agobiantes, sino
que contribuyen a adornar y dar sabor a la novela. Nos ayudan a efectuar una
representación mental de lo que constituye el objeto de la descripción.
“Aquella sonrisa... Era como los rescoldos de un fuego que
ella hubiera prendido hacía mucho tiempo y luego dejado arder hasta consumirse.
Tenía un hermoso labio superior, prominente como el de un bebé, tierno y un
poco inflamado como si acabara de besar largamente otros labios y no precisamente
de bebés”
“Una casa vacía
posee un modo especial de absorber los sonidos, igual que el cauce seco de un
riachuelo se traga el agua”.
“Me di la vuelta.
Era un hombre mayor vestido con un peto vaquero desteñido y una camisa sin
cuello. Su cabeza parecía un cacahuete, con un cráneo alargado y una gran
barbilla separados por las mejillas hundidas. La boca desdentada colgaba
entreabierta y las puntas de la barba plateada de siete días que cubrían su
mandíbula brillaban al sol. Recordaba a un Gabby Hayes que hubiera envejecido
mal. Tenía un ojo cerrado y con el otro me miraba desde el pie de las escaleras
mientras movía lenta e incesantemente la mandíbula de un lado a otro, como una
vaca rumiando.”
Otro aspecto a destacar es la
técnica utilizada por el autor para mantener la expectación, el interés sobre la
trama de la novela, que, como se ve, está carente de toda acción. No por ello deja de entretener. Cuando el capítulo se puede hacer aburrido, siempre logra
introducir un elemento que vuelve a despertarnos, para terminar el capítulo con
el suspense que nos obliga a empezar el capítulo siguiente.
Aun cuando la crítica social no hace
acto de presencia con insistencia en la novela, como sí la encontramos en El largo adiós, sí merece destacar el siguiente párrafo, contenedor de la injusta
situación que produce el poder del dinero.
“...Los años que iba a tener que pasar en San Quintín, a menos
que su madre contratara a un abogado tenaz y lo bastante listo como para
encontrar un resquicio legal que hubiera pasado inadvertido al resto del mundo y
por el que pudiera librar a Everett de
la cárcel. No sería la primera vez que el hijo de una familia rica salía impune
de un caso de asesinato.”
En
general, este libro puede ser recomendado para un momento de entretenimiento y
disfrutar de una novela bien escrita.
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